Pedro de La Gasca
Nacido en Navarregadilla en el año 1.494 y muerto en 1.567, Pedro de La Gasca,
este hombre que participó tan activamente en la Conquista del Nuevo Mundo, tiene
un carácter muy especial:
Su condición de eclesiástico, lo que haría presumir
que tal dato le hace lo más alejado de las armas que cabe imaginar.
Y, sin embargo, no fue así.
No sólo participó en hechos bélicos, sino que
convertido en juez y ejecutor, firmó e hizo llevar a cabo no pocas sentencias de
muerte.
¿Quién le iba a decir a un joven estudiante en las Universidades de Salamanca y
Alcalá que, con el tiempo, los mejores años de su vida se iban a desarrollar en
un lugar tan alejado de la tierra que lo vio nacer como es el continente
americano?
Ni él mismo lo habría imaginado jamás; pero así es el destino o, de
acuerdo a sus creencias, los misteriosos designios del Altísimo.
Terminados sus estudios, fue nombrado Rector del Colegio de San Bartolomé, en
Salamanca, donde impartió clases de Teología.
Más tarde fue visitador de las
Audiencias de Alcalá y Toledo y finalmente Consejero de la Inquisición.
Como tal intervino en numerosos casos en la lucha de la defensa de la auténtica
fe católica contra herejes y protestantes.
Pero no fue por eso por lo que, por
primera vez, trabó contacto con las armas ni entendió lo que era la lucha entre
hombres de diferentes creencias.
Ocurrió que el Alto Tribunal de la Inquisición le nombró visitador en Valencia y
durante su estancia en la ciudad levantina se produjo el ataque a la misma por
las huestes del almirante turco Barbarroja.
Pedro de La Gasca no descuidaría
seguramente sus rezos y plegarias, pero debió entender que tampoco estaba de más
colaborar en la defensa de la Ciudad, lo que hizo con gran ardor, animando a los
soldados y hasta puede que manejando un arcabuz.
Fue su bautismo de fuego:
Porque en los años que siguieron no iban a ser escasas
las ocasiones en las que se vería mezclado en sucesos bélicos.
Su etapa americana comienza cuando es designado Presidente de la Audiencia y con
plenos poderes, emprende el viaje hacia el Perú en el año 1.545, ante las graves
alteraciones que allí se estaban produciendo; alzamiento de los encomenderos,
encabezados por Gonzalo Pizarro y muerte del primer virrey, Blasco Núñez Vela.
¿Qué motivó el levantamiento?
Gonzalo Pizarro era el más joven de los hermanos del conquistador Francisco
Pizarro.
Tomó parte entre las luchas entre su hermano y los partidarios de Diego de Almagro.
Después de apresado éste y ejecutado, con la marcha de su hermano Hernán a
España, se le consideró heredero legal de los Pizarro.
Impulsado por la idea de descubrir el país de la canela, emprendió una
expedición con un ejército de 350 españoles y 4.000 indios, adentrándose en la
desconocida e intrincada selva amazónica.
Las penalidades sin cuenta, el hambre
y las enfermedades, le decidieron a emprender el regreso, a lo que se negó
Orellana que, con un pequeño grupo de hombres continuó adelante y descubrió el
río más caudaloso del mundo: El Amazonas.
Durante su ausencia, había muerto asesinado su hermano Francisco, y llegado el
nuevo gobernador, Vaca de Castro, Gonzalo se entrevistó con él y se retiró a su
hacienda de Chaqui, pero la llegada del primer virrey, Blasco Núñez de Vela y la
publicación de las nuevas leyes, alborotaron a los hacendados quienes veían en
peligro sus encomiendas por lo que recibieron el nombre de "encomenderos"
sublevándose contra el virrey.
Estas eran las circunstancias con las que se encontró Pedro de La Gasca a su
llegada al Perú.
Con un país convulsionado que llevaba camino de desencadenar
una guerra civil entre los propios españoles, partidarios unos del virrey muerto
y otros, los más pudientes, de Gonzalo Pizarro.
La Gasca a pesar de su carácter de hombre de la Iglesia no lo dudó lo más
mínimo.
Aquel pleito únicamente podría solucionarse por la fuerza de las armas y todas
las negociaciones que hubiera intentado sabía que estaban condenadas de antemano
al fracaso.
Los encomenderos no cederían de buen grado ni un ápice de sus antiguos
privilegios.
Lo primero que hizo La Gasca fue mediante un audaz golpe de mano apoderarse de
toda la flota de Gonzalo Pizarro en Panamá con lo que le dejó privado de su
fuerza naval.
Después, hizo publicar un bando prometiendo el perdón a todos los sublevados,
con lo cual muchos que hasta aquel momento habían apoyado a Gonzalo Pizarro, no
se atrevieron a enfrentarse a la autoridad real personificada por La Gasca y
desertaron de las filas del conquistador insubordinado.
Pedro de La Gasca organizó lo más rápidamente que pudo un ejército y poniéndose
al frente del mismo se enfrentó a Gonzalo Pizarro y sus huestes en la batalla de
Jaquiguana en la que derrotó a los sublevados e hizo prisionero al propio
Gonzalo Pizarro.
La Gasca no era hombre de medias tintas:
No en vano había sido Consejero de la
Santa Inquisición.
Sin pérdida de tiempo hizo someter a un proceso a Gonzalo
Pizarro y sus principales capitanes, entre ellos, Francisco de Carvajal, y
condenados a muerte los hizo ejecutar.
Hábil político, desposeyó a los vencidos de sus propiedades para repartirlas
entre los vencedores, a los que otorgó asimismo pensiones y encomiendas.
Pero como eran muchos, no pudo satisfacer las ambiciones de todos y el que se quedó
sin nada, culpó a La Gasca de haberlo olvidado, de modo que se granjeó no pocos
enemigos.
Los mismos que tiempo antes lo cubrían de alabanzas, comenzaron a maldecirlo y
hasta hubo bastantes que se arrepintieron de haberle prestado su ayuda en lugar
de haberlo hecho con Gonzalo Pizarro que, sin duda, habría sido más generoso con
ellos.
La Gasca, restablecida la paz, dedicó sus esfuerzos al establecimiento de la
Audiencia de Lima, lo que hizo en un breve espacio de tiempo.
Era de los que
pensaban que sin ley y sin justicia nada bueno puede suceder, por lo que dotó de
fuertes poderes a la Audiencia por él creada.
Se acabaron resolver los litigios
por la fuerza de las armas.
Los pleitos debían resolverse ante el Tribunal
nombrado al efecto y aquel que intentara solucionarlos en forma distinta, se
atendría a las consecuencias.
Pero tampoco descuidó la ocupación de nuevos
territorios para la Corona Española.
El fue quien envió expediciones a Tucumán,
Río de la Plata y, sobre todo, a Chile, encomendado esta última expedición a un
Capitán de reconocido prestigio, Pedro de Valdivia.
En otra parte del inmenso territorio, en la parte más alta del altiplano, Alonso
de Mendoza, en nombre de Pedro de La Gasca llevó a cabo la fundación de la
ciudad de La Paz, la capital de la actual república de Bolivia, tan rica en
yacimientos minerales.
Quedaba algo muy importante por hacer:
La explotación de las riquezas naturales.
La Corona Española precisaba de fuertes sumas de dinero para sostener las
guerras en Europa y esos recursos los debía proporcionar el continente
americano.
La Gasca dio orden de comenzar, inmediatamente, la explotación de las ricas
minas del Potosí.
Ya se sabe que los encargados de llevar adelante los trabajos
más rudos fueron los indios dominados, pero Pedro de La Gasca, ateniéndose a las
Leyes de Indias, parece ser que impartió órdenes terminantes para que, sin
discriminación alguna, los trabajadores nativos, los indígenas, fueran tratados
con benignidad y justicia, prohibiendo radicalmente los malos tratos y los
crueles abusos, tan frecuentes, por otra parte, entre algunos de los
colonizadores rapaces y déspotas.
En el año 1.550, Pedro de La Gasca regresó, por fin, a España, plenamente
satisfecho de la labor realizada.
Y no lo hizo con las manos vacías, porque fue portador de un tesoro de más de
millón y medio de pesos oro para el Emperador Carlos II, que así vio repletas
sus arcas y los recursos necesarios para pagar a las tropas imperiales que
mantenía en sus continuas guerras con el rey de Francia, Francisco I.
Alejado ya de la política, pasados los años en los que su destino le llevó a participar en
hechos sangrientos, Pedro de La Gasca fue nombrado Obispo de Palencia y en 1.561
de Salamanca.
He aquí como este hombre que combatió a un conquistador, Gonzalo
Pizarro, al que venció e hizo ejecutar, y fue el impulsor de bastantes
expediciones en el Nuevo Mundo, acabó sus días, tal y como los había comenzado.
Al servicio de la Iglesia, dejando atrás las turbulencias de las que no sólo fue
testigo, sino parte activa en el Nuevo Mundo.
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