Pedro Alvarado
El primero del linaje Alvarado que pasó a Extremadura fue Juan de Alvarado,
Comendador de Hornachos en la Orden de Santiago, alcaide de Alburquerque, hijo
segundo de García Sánchez, de la casa de Alvarado, sita en la Montaña de
Trasmiera, en donde casó con doña Catalina Mesía de Sandoval, teniendo seis
hijos y seis hijas, que fueron en Extremadura los primeros ascendientes de la
ilustre casa de los Alvarado.
Perteneciente a este tronco extremeño fue uno de los más famosos conquistadores del Nuevo
Mundo, Pedro de Alvarado, nacido en Badajoz hacia el año 1.485 y muerto en
Guadalajara (Méjico), en 1.541.
De su vida en España, durante sus años mozos, nada se sabe.
Consta la fecha en que pasó a América que fue en año 1.510.
En un principio, tomó parte en las
campañas de La Española, en el año antes citado, Cuba, en el siguiente y
Yucatán, en 1.518.
En el año 1.519, conoció a Cortés, del que ya no se separaría durante toda la
conquista de Méjico.
Alvarado ha pasado a la historia por su fama de valiente:
Pero no faltaron en su carácter los rasgos de crueldad.
Por su pelo rubio, los
aztecas lo conocieron como "Tonatiuch", es decir, el sol.
Durante la campaña mejicana fue duro, muy duro.
Se dice que, cansado de exigirle
al caudillo Cacama que le revele el lugar donde esconde sus tesoros, para
hacerle confesar lo ató a un madero y con brea derretida le roció todo el
cuerpo.
Es lo que imprime el autor F. Blanco Fombona, en su libro "El
Conquistador Español del siglo XVI".
Se afirma asimismo que el culpable de que los aztecas de Tenochtitlán se
sublevaran dando ocasión a la única derrota que conoció Hernán Cortés (verse
obligado a abandonar la ciudad con el episodio de la famosa "Noche Triste") a él
fue debido por su total torpeza en el trato con los nativos y los abusos que
cometió con ellos, y algo habrá de verdad cuando consta que Hernán Cortés "tuvo
harta pesadumbre con el proceder de su lugarteniente Pedro de Alvarado".
De todos modos, concluida la conquista del país de los aztecas, Hernán Cortés
que sobradamente conocía el temerario valor de Alvarado, le dio el mando como
gobernador de una expedición destinada a la conquista de Guatemala, en el año 1.523.
Por las noticias que habían llegado hasta él, Cortés creía en la existencia de
grandes riquezas en la región guatemalteca y ese, y no otro, fue el motivo que
le llevó a organizar la expedición cuyo mando otorgó a Pedro de Alvarado.
En su camino, Alvarado pacificó diversas tribus del sur de Méjico que se habían
sublevado Teteguantepec, Soconusco, Titlatán, Izquetepeque, y lo hizo tal y como
él entendía, es decir, con mano muy dura.
Pero la expedición a Guatemala, pese a que sus caciques habían rendido homenaje
a Hernán Cortés no fue nada fácil, dado que los indios se resistían a la
dominación española y sólo fue posible utilizando la política de la violencia.
Pedro de Alvarado no era político, jamás fue hombre capaz de solucionar los
conflictos de otra forma que no fuera la fuerza.
No hay que extrañarse por ellos, que sus avances fueran una sucesión constante
de aldeas incendiadas, matanzas colectivas y ejecución en el acto de los
principales caciques.
Por donde pasó Alvarado fue dejando una estela de sangre.
En su descargo, quizás habría que estar de acuerdo en la apreciación del autor
anteriormente citado R. Blanco Fombona, de que con hermanitas de la caridad
jamás se habría conquistado América.
Pacificado el país, fundó en 1.524 la
ciudad de Santiago de los Caballeros, el primer núcleo de civilización en
tierras de Guatemala.
Pero Alvarado no era hombre de paz: había nacido para la guerra y en 1.526,
cansado de la situación de inactividad a que le tenía sometido Hernán Cortés,
embarcó para España a fin de dar cuenta a la Corona de sus servicios y solicitar
por ellos las mercedes que entendía le correspondían.
La influencia del
Comendador Mayor de Castilla, Francisco de los Cobos, le aseguró el éxito de sus
gestiones.
En 1.527 recibió del Emperador Carlos V el nombramiento de gobernador y
Adelantado Mayor de Guatemala.
De regreso a su gobernación, aún tuvo que volver
a luchar para asegurar la total pacificación del país, de nuevo alborotado
durante su ausencia.
Finalizada la pacificación, fundó la ciudad de San Miguel,
en la costa del mar del Norte, llevado por la idea de hacer un puerto comercial,
al tiempo que ordenaba la búsqueda de recursos mineros y organizaba la
administración de su gobierno en Guatemala.
En 1.531, su espíritu de aventura le hizo solicitar la oportuna autorización de
la Corona para llevar adelante una serie de expediciones, iniciando los
preparativos.
Le fue concedido el permiso, autorizándole para conquistar y
poblar las tierras que descubriese, pero siempre que no estuvieran ya en poder
de otros conquistadores españoles con los que, bajo ningún pretexto, debía
entrar en discordia y menos en enfrentamiento armado.
Con el título de gobernador de las nuevas tierras que hallara emprendió la
navegación a principios de 1.534, al mando de una fuerte escuadra.
Su primera
idea fue dirigirse a las islas de la Especeria, pero atraído por las noticias
que le llegaban de las muchas riquezas que había en el Perú, desembarcó en
Caraqués, iniciando la penetración por tierra en dirección a Quito.
La expedición tuvo que atravesar la Selva ecuatoriana con la consiguiente
pérdida de hombres y las penalidades fáciles de imaginar.
A los siete meses de
su partida, con unos hombres agotados por las enfermedades y las penurias, se
encontró con que le salía al encuentro Diego de Almagro, dispuesto a no dejarle
avanzar ni un solo paso más en unas tierras ya conquistadas por él.
Con gran pesar, pero ante la debilidad sus fuerzas, inferiores además en número
a las que mandaba Almagro, Pedro de Alvarado se vio obligado a renunciar a sus
proyectos de conquista y como sabía que emprender el regreso en las condiciones
que se encontraban sus soldados era imposible, a no ser que deseara verlos
muertos a todos, incluyéndose en tan lastimoso final, él mismo aceptó la fusión
de su Ejército con el de Almagro, renunciando a sus propósitos de conquista.
Quizás influyó también mucho en su ánimo el hecho de que los soldados,
decepcionados por haber llegado, después de tantas penalidades, a un país ya
poblado, preferían quedarse en él y no continuar la búsqueda de nuevas tierras.
Para Alvarado tuvo que ser un golpe muy rudo verse obligado a subordinarse a
Almagro él, siempre acostumbrado a imponer su voluntad.
Pero las circunstancias le eran tan desfavorables que no le quedó más remedio
que transigir.
Perdido su ejército, viéndose prácticamente solo, pues sus
principales capitanes optaron también por ponerse a las órdenes de Diego de
Almagro, optó por venderles sus naves a los conquistadores del Perú, así como
las capitulaciones que le había concedido la corona en el descubrimiento de
nuevas tierras renunciando a este derecho en favor de Diego de Almagro.
Una vez que se ratificaron ante Francisco Pizarro estos acuerdos, emprendió el regresó a
Guatemala.
En el año 1.537 embarcó para España, obteniendo de la Corona se le otorgara
gobernación sobre las tierras de aquél país por siete años más, la gobernación
de Honduras y una Capitulación para explorar las costas occidentales de Méjico y
las Molucas.
Pedro de Alvarado emprendió con gran entusiasmo su exploración a Honduras, dado
que el pensamiento de añadir nuevas tierras a las que ya gobernaba forzosamente
tenía que ser de su agrado.
Y quizás más, mucho más, la perspectiva de la aventura.
En 1.539 desembarcó en Honduras.
Pero el destino le impidió que llevara a cabo
la expedición, porque en Nueva Galicia había estallado una sublevación india y
fue llamado para sofocarla.
Y aquella fue su última acción de guerra porque en
la batalla fue herido de tal gravedad que la muerte le llegó de inmediato.
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