JUSTAS y TORNEOS
Cuando se habla de justas y torneos, para aquellos no demasiado
conocedores del tema, se puede caer en el error de creer que unas y
otros constituían la misma cosa.
No es así:
Entre ambos existían
diferencias muy apreciables que resulta interesante destacar.
Lo que sí
es cierto es que tanto justas como torneos parece ser que en su origen
fueron una especie de juegos bélicos derivados de otros de mayor
antigüedad, por ejemplo, los combates de gladiadores en la Roma
imperial.
Y es cierto también que, con anterioridad a la Edad Media, los
pueblos escandinavos y germánicos practicaban también cierta clase de
juegos bélicos que, en resumidas cuentas, no eran otra cosa que torneos;
y muestras de ello pueden encontrarse no sólo en la Mitología
escandinava sino en las Sagas germánicas.
Retrocediendo aún más en el tiempo, y dejando aparte las
competiciones deportivas de Olimpia, los griegos ya conocían los
desafíos de hombre a hombre.
Basta con recordar la guerra de Troya y el
duelo mantenido entre Aquiles y Héctor.
La influencia que, en este tipo de juegos, justas y torneos, sobre
ellos ejercieron ciertas costumbres similares en los tiempos más
antiguos se ve con toda claridad en ciertas normas.
Cuando en Grecia se
decidía la celebración de unos juegos teniendo como escenario la ciudad
de Olimpia, a partir del momento en que estos quedaban convocados, se
producía un paréntesis entre cuantas guerras pudieran, en aquel momento,
desarrollarse.
Y algo similar ocurría en la Edad Media con las denominadas "Treguas
de Dios".
Si el torneo se celebraba entre caballeros de distintos bandos
enzarzados en un conflicto bélico de inmediato se producía la tregua, es
decir, descansaban las armas mientras que el torneo no finalizara.
En justas y torneos existían ciertas reglas y variantes.
La justa se basaba
en un combate de hombre contra hombre, mientras que en el torneo se
enfrentaban hasta varias cuadrillas de caballeros.
Este último juego
solía consistir en tres tiempos:
En el primero, se enfrentaban los dos
grupos adversarios de jinetes; en el segundo, aquellos que no habían
sido descabalgados luchaban a pie y finalmente, todos sostenían un
último enfrentamiento formado por cuadrillas.
En el combate a caballo,
los caballeros iban recibiendo una puntuación correspondiente al número
de adversarios que derribaban y, al finalizar el torneo recibían el
premio de manos de su dama.
Así, todos los ideales caballerescos de la
Edad Media tenían cabida en los torneos y de ahí la inmensa popularidad
de que gozaron.
Pero como juego en el que entran las armas, muchas veces lo que se
había organizado tan sólo como una diversión y un entretenimiento,
producía efectos lamentables.
Carlos V organizó en Valladolid en el año
1.518 un torneo entre nobles flamencos y castellanos y la fiesta
finalizó arrojando un gran número de muertos y heridos.
Pero esto no
desanimaba a los organizadores de este tipo de juegos; era un riesgo que
había que correr y que era aceptado por todos.
Eran muchos los
caballeros que iban de corte en corte en busca de ocasiones en las que
lucirse en el manejo de las armas.
Cuando se enteraban de un determinado
lugar en donde se iban a celebrar este tipo de fiestas, allí acudían,
cruzándose desafíos entre ellos.
Los naturales del país o la ciudad,
donde se iba a llevar a cabo el torneo, ponían todo su empeño en
derrotar a aquellos otros llegados de otras tierras, era como una honra
nacional derrotar a los caballeros extranjeros.
Reyes y príncipes participaban también en estas fiestas, rompiendo
lanzas en ellas.
El torneo se anunciaba con mucha antelación, preparando
un espacio cerrado donde se colocaba una tribuna en la cual se
acomodaban los nobles y las damas que iban a presenciarlo.
En las justas, dos caballeros cubiertos con sus armaduras y dotados
de todas sus armas, montados en briosos caballos, se embestían, lanza en
ristre como en un combate particular, aunque las lanzas que utilizaban
eran de las llamadas "de cortesía"; es decir, en realidad, eran lanzas
sin hoja de acero en la punta.
En cuanto a las espadas, sus filos habían
sido previamente embotados.
Por lo general, en las justas, la costumbre
era romper tres lanzas, intentando hacer caer al adversario, en cuyo
caso, éste se declaraba vencido y la cosa no pasaba a más.
En ocasiones,
las justas duraban varios días y eran acompañadas de cenas y bailes
nocturnos en los castillos o palacios.
En lo que se refiere a los torneos, ya lo hemos indicado:
Eran combates de un grupo de jinetes contra otro grupo asimismo montado.
Pero, al igual que en las justas, todos los caballeros utilizaban armas
"corteses".
A pesar de estas precauciones, no eran raros los casos en
que, al menos uno o varios caballeros, quedaban heridos o muertos, por
lo que la Iglesia acabó por condenar estos ejercicios militares.
El mayor auge de justas y torneos se alcanzó durante la Edad Media, después
se fueron espaciando, tendiendo a evitar accidentes, pero el entusiasmo
y la pasión por este tipo de fiestas fue muy grande en todas las capas
sociales.
Se llegaban a apostar sumas cuantiosas en favor de uno u otro
contendiente y habrá que decir que las damas no eran ajenas a la
organización de las justas, al contrario, sin combatir ponían en ellas
tanto entusiasmo como los hombres, llevando, a grandísimo orgullo, el
que "su caballero" resultara el triunfador.
Los torneos se hicieron sumamente populares en todos los reinos de la Edad Media.
Se establecieron incluso Fueros a ellos destinados, como el de Soria o las
Partidas.
Se escribieron, además, numerosos tratados sobre estos hechos
de armas, a los que se consideraba como fiel espejo de la Caballería.
Un papel destacado en justas y torneos lo tenían los "heraldos", a
los que habría que considerar como "maestros de ceremonia".
Ellos eran los encargados de anunciar oficialmente los torneos, indicando la fecha
de celebración de los mismos y publicando los nombres de los caballeros
que iban a tomar parte en los juegos.
Eran los depositarios de las
reglas de torneos y justas, a los que había que consultar en los casos
difíciles y cuyas decisiones eran inapelables.
Muy pronto, se comenzó a
escribir las normas de los torneos y justas en pergamino, con lo que se
produjo su entrada en la Historia al dejar constancia de cuanto había
sucedido en determinado torneo, anotando cuidadosamente todas las
incidencias del mismo.
El nombre de Heráldico viene precisamente de estos personajes, los
Heraldos.
Los mismo reyes los encargaban para que les fueran informando
de cuantos asuntos se referían a la nobleza y así, con el nombre de
Heraldos, o Reyes de Armas se convirtieron en los reguladores, por
decisión real, de todo cuanto concernía a las armerías.
En España, los
Reyes de Armas actuaron oficialmente durante la Monarquía y tuvieron
autorización real para expedir certificados genealógicos de entre las
diversas familias nobles, así como Reales Despachos de nobleza.
Una variante de la justa, fue la constituida por el combate entre dos
caballeros sometidos al denominado "Juicio de Dios".
En este caso, ya no se trataba de una fiesta, sino de un combate a muerte.
El hecho sucedía cuando entre dos caballeros se sostenía un litigio
de tanta importancia que, en ocasiones, se trataba de demostrar la
inocencia o culpabilidad en un hecho vergonzoso del que se acusaba a uno
de ellos.
Entonces, el rey los conminaba a someterse al "Juicio de Dios"
que consistía en enfrentarse con todas sus armas y sostener una lucha,
utilizándolas todas si era necesario, hasta que uno de los dos
combatientes moría o quedaba herido.
El vencedor poseía el privilegio de
rematarlo, a no ser que el derrotado se confesara culpable, en cuyo caso
el que había triunfado se daba por satisfecho considerando su honor a
salvo.
Pero justas y torneos, con el transcurso del tiempo, fueron cayendo
en desuso hasta desaparecer por completo.
Quedó, eso sí, un lejano
parentesco en la celebración de los "duelos" entre dos hombres, a espada
o pistola, por la ofensa recibida por uno de ellos por parte del otro.
Estos duelos, al contrario que justas y torneos, se llevaban a cabo sin
espectadores y tratando de rodearlos de la mayor discreción, y hasta
esto desapareció en el siglo XIX, bien porque fue prohibido por Ley,
bien porque su utilización acabó por considerarse una reliquia del
pasado.
|