Antonio de Mendoza
Todo comenzó en el Perú.
Gonzalo, el hermano menor del conquistador Francisco
Pizarro, enemistado con el gobernador Vasco Núñez Vela, de quien se dice era
hombre durísimo, se enfrentaron abiertamente en lucha.
Gonzalo entendía que el
país, conquistado gracias al esfuerzo de los Pizarro, era suyo y el gobernador
tan sólo un intruso que gobernaba en nombre de un usurpador, en este caso, nada
menos que el Emperador Carlos I.
En la batalla, el gobernador Núñez Vela fue muerto, se le cortó la cabeza y quedó
expuesta en Quito hasta que Gonzalo mandó quitarla.
Gonzalo Pizarro y sus
huestes decidieron hacer frente al poder real; después de lo ocurrido al vencido
Núñez Vela sabían que no podían esperar perdón.
Hubo un plazo de varios meses en
los que gobernó Gonzalo Pizarro.
Pero las nuevas de lo que estaba sucediendo en
el Nuevo Mundo llegaron hasta Carlos I, que guerreaba a la sazón en Alemania,
por lo cual decidió enviar al Perú a una persona capaz de volver las cosas a su
debido cauce.
El hombre elegido fue Pedro de La Gasca.
Éste, apenas llegado, ofreció el perdón
para los "encomenderos" que seguían a Gonzalo Pizarro.
Con ello consiguió que muchos partidarios de éste se pasaran a su bando, pero no
logró la obediencia de Pizarro porque éste, aconsejado por Francisco de
Carvajal, a quien llamaban, el demonio de los Andes, juzgó que el perdón era
imposible y que las promesas de La Gasca no se cumplirían.
La batalla definitiva entre el ejército organizado por La Gasca y las huestes de
Gonzalo Pizarro resultó una derrota para éste que, hecho prisionero, fue
ejecutado en compañía de Francisco de Carvajal.
Pedro de La Gasca, una vez cumplida su misión, decidió su regresó a España
llevándole al emperador la no despreciable suma de más de un millón y medio de
pesos oro.
Así finalizó el primer intento de independencia de una porción de
América.
Pero la continuación de los anteriores episodios se produjo en Nicaragua.
En 1.534 ostentaba la gobernación de este territorio Rodrigo de Contreras, casado
con doña María de Peñalosa, hija de Pedrarias Dávila, el anterior gobernador.
Contreras heredó los cuantiosos bienes de su suegro, lo que le convertía en el
más poderoso personaje de la América Central.
Pero también heredó los odios que
había contraído el viejo gobernador lo que se tradujo en una continua lucha
contra sus vecinos.
En su exploraciones fue a enfrentarse con fray Bartolomé de las Casas y obligado
por este tuvo que emprender viaje a España para aclarar las acusaciones que
contra él se hacían.
En este tiempo se publicaron las nuevas leyes que le
privaban de la gobernación.
De vuelta de España coincidió en Panamá con el virrey Blasco Núñez Vela al cual
pronosticó una catástrofe si se atrevía a aplicar las nuevas leyes en aquel
reino "el Perú", "porque los que viven allí no son de baja suerte, ni gente
soez, sino todos los más hijosdalgo y vienen de padres magníficos".
A pesar de su discurso "comunero", Contreras sirvió fielmente al Emperador y a
él se debió que los pizarristas no invadieran Nicaragua.
Pero el gobernador
Contreras encontró un temible enemigo en la persona del Obispo Antonio de
Valdivieso, que acabó por deponerlo.
Contreras para justificarse de los cargos que contra él efectuaba el obispo, se
embarcó para España, dejando en Granada de Nicaragua a su esposa doña Marila y a
sus hijos Hernando y Pedro, mozos de bien probado valor.
En casa de los Contreras vinieron a refugiarse compañeros del ajusticiado Gonzalo Pizarro,
entre ellos Juan Bermejo, hombre de pésimos antecedentes y experto en las cosas
de la guerra.
Estos desterrados convencieron a Hernando de Contreras para que se
hiciese Príncipe del Perú, restaurando el Imperio de los Incas.
Y así, el 26 de
febrero de 1.550, Hernando de Contreras y sus secuaces asesinaron al obispo
Valdivieso y Hernando tomó el título de Príncipe de Cuzco y Capitán General de
la Libertad.
El 21 de abril de 1.550, el Ejército de la Libertad tomó Panamá haciéndose dueño
de las inmensas riquezas acumuladas en la ciudad.
Todo este complejo entramado
desencadenó el levantamiento de los vecinos de Panamá contra Contreras y los
suyos y su victoria sobre el ejército de Juan Bermejo.
Hernando de Contreras
huyó a través de la selva y murió, se dijo, devorado por un caimán.
De su hermano Pedro, que también huyó, jamás volvió a saberse, suponiéndose que murió
también.
Y aquí, en este momento, es donde entra nuestro personaje, el virrey Antonio de
Mendoza, prudente y experto.
Por todos los medios trató de apaciguar los
rescoldos que habían quedado en Cuzco de la rebelión, primero de Gonzalo Pizarro
y después de los dos hermanos Contreras.
Antonio de Mendoza siempre fue un leal servidor del Emperador Carlos V.
En la guerra de los Comuneros no vaciló en alistarse bajo las banderas de Carlos y lo
hizo con tanto valor y eficacia, que le valió la recompensa de ser nombrado
Caballero de la Orden de Santiago.
Cuando en el año 1.535 se tomó por la Corona la decisión de crear el virreinato
del enorme territorio que hoy conocemos como Méjico, aunque todavía era Hernán
Cortés Capital General de dicha zonas, el Emperador nombró a don Antonio de
Mendoza para dicho cargo.
Las atribuciones que llevaba Mendoza eran tan amplias que el choque con Hernán
Cortés era poco menos que inevitable, pero en esta ocasión el Conquistador de
Méjico nada podía hacer para oponerse a la voluntad real.
Acató la autoridad de
Mendoza que, por otra parte, poseía un carácter conciliador.
Quizás para
contentar a Hernán Cortés, el emperador Carlos I le había nombrado con
anterioridad a la llegada del nuevo virrey, Caballero de la Orden de Santiago y
Marqués del valle de Oaxaca.
De todos modos, Hernán Cortés no debió sentirse plenamente satisfecho y
emprendió viaje a España para defender, lo que él entendía, con obsesiva
fijación su justa causa, ante el Consejo de Castilla.
Ya no volvería a América,
muriendo en España.
Conocida es la anécdota de Cortés, harto de pedir audiencia a Carlos I sin que
este se la concediera, se encontró con el Monarca en el exterior de Palacio y
cuando este le preguntó quien era el conquistador replicó:
"Soy el hombre, Señor, que ha ganado para Vos más tierras que países os legaron
vuestros antepasados."
Pero esto ya es otra historia.
El virrey Mendoza procuró gobernar Méjico con prudencia y tacto, activando la
economía y fundando la primera Casa de la Moneda en aquel vasto país.
Hizo más: compasivo como era, se apiadó de la condición de los indios a los que
benefició, eximiéndoles del pago de ciertos tributos.
Pero estas medidas no le hacían olvidar los intereses de España y a tal fin
procuró su expansión con una serie de expediciones hacia las tierras del Norte,
entre ellas, la de Vázquez de Coronado a Nuevo Méjico, Alarcón, al río Colorado.
Pero de su tranquilo virreinato de Nuevo Méjico le sacó otra orden imperial:
Ocupar el mismo cargo, pero en el Perú con el encargo de acabar con las
revueltas de los antiguos seguidores de Gonzalo Pizarro.
Sólo un año duró su
gobierno y murió en 1.552.
Pero para sucederle llegó a Lima otro miembro de su ilustre familia.
El nuevo virrey fue Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Canete.
El rigor con
que el padre La Gasca, que a su regreso a España fue elegido Obispo, dado su
carácter eclesiástico, trató a los partidarios del ejecutado Gonzalo Pizarro,
había creado en Cuzco un ambiente de descontento del que se aprovechó cierto
caballero, muy osado, llamado Francisco Hernández Girón.
Y la rebelión fue a estallar en el sitio donde menos podía esperarse: con
ocasión de la boda en Cuzco de Alonso de Loaysa, sobrino del arzobispo de los
reyes, con doña María de Castilla, sobrina de don Baltasar de Castilla, en la
cena nupcial, a la cual asistía el corregidor, irrumpió en la sala Hernández
Girón seguido de sus secuaces.
El corregidor fue preso, los rebeldes quedaron
dueños de la ciudad e hicieron morir a don Baltasar de Castilla.
Francisco Hernández Girón se hizo nombrar Capitán General.
Tenía por apoyo a todos los
descontentos de las pasadas contiendas.
El Virrey Hurtado de Mendoza se encargó de eliminar los sueños del rebelde que
había pensado hacerse coronar como Inca del Perú.
Derrotado, fue preso cuando
intentaba huir y fue ejecutado en Lima el 6 de diciembre de 1.554.
A partir de
entonces, la autoridad real representada por el virrey ya no fue discutida por
nadie.
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