Los Maestres de Alcántara
Muerto el fundador de la orden, don Suero Fernández Barrientos, le sucedió en el
gobierno de la misma, don Gómez Fernández, su compañero de fundación y, según la
opinión de algunos, su hermano, ya con el título de prior.
Ciudad Rodrigo, tras
ser reconquistada del poder los moros, estaba siendo repoblada por cristianos,
pero estos molestaban con sus incursiones a sus vecinos del reino de Portugal,
separado ya de la Corona Leonesa.
Un tanto harto el monarca portugués de aquel
estado de cosas, decidió enviar una expedición de castigo que arrasara Ciudad
Rodrigo, confiando el mando de la misma a su hijo y heredero, el príncipe don
Sancho.
Entrada que fue, la fuerza portuguesa, por tierras de León talando y
devastando todo a su paso, el Prior de la Orden de Alcántara se apresuró a
acudir con sus freires y vasallos, dispuesto a defender lo que consideraba su
territorio.
Incorporados los miembros de la Orden al ejército del rey Fernando
que, advertido, acudía a enfrentarse a los intrusos, se trabó la batalla en los
campos de Argañán, siendo los invasores derrotados y quedando muertos o
prisioneros los portugueses que no lograron escapar con su príncipe.
Victorioso, el rey Fernando, decidió dirigir sus armas contra los moros de la frontera
meridional de su reino.
Traspasada la frontera y después de tomar unas cuantas villas, cayó sobre la de
Alcántara, plaza fuerte que, sin embargo no pudo resistir las arremetidas del
monarca cristiano, rindiéndose.
Los portugueses, queriendo aprovechar la
oportunidad de que Fernando andaba ocupado en otras partes, invadieron de nuevo
sus dominios, penetrando en Galicia, tomando Tuy y otros castillos, para
encaminarse a marchas forzadas hacia Badajoz, con el intento de ocupar esta
población, sabedor de ello, el rey Fernando, se encaminó a la capital extremeña
y en las calles de Badajoz, se trabó la lucha.
De nuevo, los leoneses resultan
vencedores y el rey portugués en su huída, alcanza un postigo de la ciudad y tal
es su aturdimiento que choca violentamente contra un madero, pegándose un golpe
tan fuerte que queda con una pierna fracturada y es fácilmente hecho prisionero
por las huestes leonesas.
Don Fernando no se contentó con esta victoria y aprovecha la ocasión para atacar
Cáceres en poder de los moros, haciéndolos huir y conquistando la ciudad.
En todas estas guerras sirvió don Gómez con sus freires y vasallos, pero el Rey no
les hizo merced alguna de lo conquistado, dado que la Orden no tenía todavía
rentas ni fuerzas para defenderlo y lo habría perdido.
Pero le confió dominio
sobre varias villas contiguas a su territorio, en la ribera del Coa, y algunas
heredades.
Rechazados los almohades, entraron en León y pusieron cerco a Ciudad
Rodrigo en cuyo auxilio corrió el rey Fernando, apoyado, también en esta
ocasión, por don Gómez y sus freires.
Los cristianos, aunque inferiores en
número, alcanzaron la victoria y a ello contribuyeron poderosamente los
caballeros de don Gómez.
Agradecido el rey por el auxilio de la Orden, declaró
solemnemente que la tomaba bajo su protección y amparo, mediante un Real
Privilegio.
Sanción más alta obtuvo don Gómez para la Orden, al solicitar del
Papa la aprobación de la misma, lo que le fue otorgado mediante bula de fecha 29
de diciembre de 1.177.
Aquí es donde aparece por primera vez la dignidad de
Maestre, al que todos deberían obediencia y respeto.
Don Gómez deseaba extender su Orden a Castilla y sabedor de que don Alfonso VIII,
preparaba una irrupción en la Extremadura musulmana, le ofreció sus servicios
que fueron aceptados.
El Maestre y sus caballeros participaron en la contienda y
una de las primeras plazas que reconquistaron fue la de Trujillo.
Vasallo don Gómez del Rey de Castilla asistió a las Cortes de Carrión.
Se ignora si don Gómez y sus freires asistieron a la batalla de Alarcos.
Perdida aquella
batalla por los cristianos, los moros llegaron hasta Toledo, asediándola.
En Trujillo resistieron los Caballeros de la Orden que la guardaban, pero su
inferioridad numérica les obligó a rendirse.
La muerte del primer Maestre don
Gómez Fernández debió producirse en el año 1.200, pues en él se eligió su
sucesor.
El rey Alfonso de Castilla, ofreció la plaza de Alcántara a la Orden de
Calatrava, por ser plaza muy codiciada por los moros y difícil de defender.
Los calatravos pronto comprendieron que no les era posible atender tan dilatada
frontera.
Y fue entonces cuando la Orden de Perero se comprometió a defender la
villa y fortaleza de Alcántara, con lo cual de allí en adelante así fue
conocida:
Orden de Alcántara.
El transcurrir del tiempo fue dando paso a los
consiguientes Maestres de esta Orden, al tiempo que aumentaba su poder.
Así, el Maestre don Gonzalo-Martínez de Oviedo, decimocuarto Maestre, tuvo un miserable
final.
Mezclado en las intrigas de Castilla, temeroso de la ira del Rey, se
refugió en el castillo de Valencia de Alcántara, sin duda con la esperanza de
obtener la ayuda del rey de Portugal.
Este no llegó y las tropas del Rey
escalaron durante la noche las murallas del castillo, cogieron preso al Maestre
don Gonzalo, que fue degollado.
Continuó la sucesión de Maestres, unos con mejor suerte que otros, hasta llegar
al final, un tanto aventurero, de don Martín Yáñez de Barbudo.
Desastroso fue su
final; un ermitaño del Santuario de Nuestra Señora de los Hitos, cerca de
Alcántara, llamado Juan de Sayo, que gozaba fama de santidad, le dijo que sabía
por revelación divina que habría de tomar Granada sin perder ni un solo hombre.
El Maestre, concedió crédito al visionario y envió dos escuderos al rey de
Granada, mofándose de su religión y retándole a singular combate entre ambos, o
entre caballeros que eligiesen, siendo dobles los moros que los cristianos.
Los mensajeros fueron presos y maltratados lo que enfureció al Maestre y le empujó a
marchar sobre Granada.
Salió la expedición, llevando delante una cruz y el
pendón de la Orden.
Llegó a Córdoba donde mentes sensatas quisieron disuadirle
de su descabellado proyecto, pero alegó que obedecía por mandato divino, se
alborotó el pueblo y hasta se le agregaron cinco mil ciudadanos, confiando
ciegamente en la protección de Dios.
En Egea le mataron tres caballeros y
entonces acusó al ermitaño de mentiroso, pero este aseguró que en la batalla
resultaría victorioso porque así se lo había revelado Dios.
Entretanto, el reino
de Granada ya estaba en armas:
Cinco mil jinetes y más de ciento veinte mil
infantes esperaban al tozudo Maestre.
Salieron y sorprendiendo a las huestes de
don Martín Yáñez hicieron tal matanza que fueron pocos los que lograron escapar,
pagando, el crédulo Maestre, el crédito concedido al ermitaño.
Y así se llega
hasta el último Maestre de Alcántara:
Don Alonso de Monroy, que hacía el número
trigésimosexto.
Ya no hubo más.
No fue la suya una vida plácida porque pronto se
enemistó con los Reyes Católicos, ya que orientaba sus simpatías hacia los Reyes
de Portugal.
Sufrió cárcel, se fugo de ella, atravesó no pocos avatares en una
época turbulenta con las luchas civiles entre los bandos de "la Beltraneja" y la
más tarde reina Isabel "la Católica".
Viendo acercarse sus últimos años, Monroy
trató de reconciliarse con los Reyes, pero ya era tarde, porque todos sus bienes
y mayorazgos habían pasado a otras manos de las que ya no era posible
arrancarlos.
Don Alonso de Monroy, hasta su muerte, contando ochenta años, en 1.511, siempre
fue afecto a la dinastía portuguesa.
Mucho mejor le hubiera ido siendo fiel y
leal vasallo de los Reyes Católicos.
Con él terminó la independencia de la Orden
de Alcántara, cuyos caballeros tanto y tanto colaboraron a la Reconquista.